Para introducir el Año Europeo del Patrimonio
Cultural, Cartaditalia, Rivista di
cultura italiana, acaba de publicar en italiano, alemán, francés e inglés un
número extraordinario con aportes de expertos sobre los temas críticos que
afectan el patrimonio cultural del continente. El artículo que me pidieron se
centra en analizar críticamente las implicaciones socioeconómicas de la Lista
de Patrimonio cultural de la Unesco.* La Convención del Patrimonio Mundial,
cultural y natural de 1972 pone en marcha un proceso de selección de aquellos monumentos
o espacios patrimoniales con un excepcional valor universal desde el punto de
vista histórico, científico, artístico, estético,
etnológico o antropológico.
Desde los inicios, está claro que la evolución de la vida social y económica, y no el natural paso del
tiempo, es la principal causa de deterioro del
patrimonio heredado. Pero ello parece no preocupar a buena parte de los actores
locales y nacionales que proponen la inclusión de un sitio en la Lista. ¿Cómo gestionar el conflicto de miradas e
intereses? ¿Cómo transformar un sitio protegido por la Convención en un
impulsor de desarrollo humano de las comunidades circundantes sin que la propia
dinámica económica, turística y social ponga en peligro su salvaguarda y
conservación? Este es, sin duda, uno de los principales retos de los modelos de
gestión sostenible de un patrimonio de valor excepcional.
Con el objetivo
de controlar el proceso de propuesta, selección y protección del patrimonio
incluido en la Lista se crea en 1992 el Centro de Patrimonio Mundial. El Comité
de Patrimonio Mundial es el organismo con potestad para seleccionar, incluir o excluir
los sitios en la Lista. La elección de los miembros responde a una lógica de equilibrio
y distribución geográfica, pero termina siendo el resultado del intercambio de
favores entre países para ocupar cargos de responsabilidad en los diversos
organismos internacionales. En los últimos años el Comité ha recibido bastantes
críticas dado el sesgo favorable a candidaturas provenientes de los países
presentes en el Comité (Meskell, 2015). Asimismo, crece la exigencia de una
mayor participación de la comunidad local en el proceso de nominación y la
gestión de los sitios, con el objetivo de hacer permeable hacia la sociedad y
sustentable a largo plazo los modelos de gestión. De todas formas esta medida
no está exenta de riesgos, pues la inscripción de un sitio en la Lista es
percibida por muchos actores locales como un inductor de prestigio y desarrollo
socioeconómico. Esto explica el creciente número de solicitudes y la presión
sobre los miembros del Comité.
Dada la heterogeneidad
de casos, y las polémicas e intereses que conlleva su inclusión, es importante
plantearse el conjunto de implicaciones políticas y socio-económicas que
intervienen en cada caso.
Un primer aspecto
a tener en cuenta cuando se analiza el impacto socioeconómico de los bienes
declarados patrimonio mundial es su gran heterogeneidad. El impacto a nivel socioeconómico
de un centro histórico bien definido y reputado contrasta con aquellos sitios
de difícil acceso o con escaso reconocimiento más allá de los especialistas. Los
problemas de protección o el impacto de actuaciones vandálicas son muy
superiores en patrimonios aislados, vulnerables o frágiles, o en aquellos
situados en zona de alta conflictividad social, que en los que disponen de
recursos y ejecutan un plan de gestión bien diseñado.
En los últimos
años se ha puesto énfasis en la consecución de dinámicas de desarrollo
sustentables. Existe, evidentemente, un cierto abuso retórico del término ’sostenibilidad`
ligado a la corrección política tanto por parte de los responsables
gubernamentales como del propio sector profesional del patrimonio. La
experiencia acumulada muestra los riesgos asociados a la dinámica económica y
turística, tanto en lo que se refiere a la conservación como a las implicaciones
socioeconómicas hacia las comunidades locales circundantes. Esta situación
ambivalente genera entre los profesionales del patrimonio una posición ambigua,
alimentada por la tradicional reluctancia a compartir poder de decisión con
actores sin el suficiente nivel de instrucción y sensibilidad. Se busca, pero
al mismo tiempo se teme, una “excesiva” apropiación o “instrumentalización” de
dicho patrimonio de “excepcional valor universal” por parte de los diversos
grupos de residentes locales y sus intereses materiales y simbólicos asociados.
Se contraponen,
así, argumentos positivos asociados a la apropiación social y a sus
implicaciones socioeconómicas, pero emergen también desafíos negativos fruto de
una deficiente relación con la comunidad. Entre los positivos destaca el aporte
de recursos y empleo a la comunidad local transformando su realidad
socioeconómica y, en consecuencia, mejora la percepción simbólica de sus
miembros con el sitio patrimonial. Asimismo, las instituciones patrimoniales
ven aumentar los fondos públicos y privados disponibles –y las oportunidades de
trabajo – gracias a una mayor legitimidad social de la protección y puesta en
valor de los bienes patrimoniales. Por lo que respecta a los desafíos negativos,
sobresale la falta de diálogo y comprensión mutua entre el punto de vista de
los expertos y la regulación patrimonial y los intereses de la comunidad. Ésta
ve a menudo limitados sus derechos de propiedad o el uso tradicional del
entorno patrimonial, y al mismo tiempo observa impotente la apropiación por
terceros de la capacidad de decisión y de buena parte de los beneficios
inducidos por la explotación comercial del patrimonio. En este contexto de
escaso diálogo o de marginación de la comunidad local aparecen fenómenos de
adulteración o instrumentalización del patrimonio y su entorno, y una cierta
permisividad hacia comportamientos destructivos, incívicos o vandálicos.
En la medida que,
de forma creciente, la Convención es considerada no solo un instrumento clave
para la preservación y puesta en valor del patrimonio, sino como un inductor
directo de desarrollo, emergen conflictos de interés de carácter económico,
político, social y simbólico entre los diversos stakeholders presentes
(profesionales e instituciones del patrimonio, industria turística, proveedores
de servicios, residentes locales, etc.). La cuestión reside en deslindar los
beneficios y costes de los distintos modelos de gestión posibles y su
adaptación a cada caso particular, sus efectos multiplicadores, y la
distribución de dichos beneficios y costes entre los distintos stakeholders o
receptores pasivos (por ejemplo, residentes no organizados o turistas). Por
esta razón, comprometer en la defensa del patrimonio y en una distribución
justa de costes y beneficios a grupos de interés con valores e intereses contrapuestos
es particularmente importante, y al mismo tiempo complejo. En función del
modelo de participación propuesto y de la acción o inacción –más o menos
sesgada – de las autoridades y de los responsables de gestionar el bien
patrimonial se puede generar distintos niveles de satisfacción o de frustración
social. Para conseguir un verdadero desarrollo sostenible es necesario superar la
inercia burocrática, la falta de datos y métricas, o las fuerzas económicas
externas que generan fallos de gestión y el no empoderamiento de la comunidad.
En los sitios y
ciudades de mayor renombre, el stress provocado por el turismo de masas hacia
el patrimonio, así como sobre la población local, se acentúa. Europa concentra
buena parte de estos casos dado la preeminencia del viejo continente como
principal destino turístico mundial, tanto en lo que afecta a monumentos y
paisajes, pero muy en particular en los centros históricos las ciudades más emblemáticas
y alrededor de los espacios patrimonio mundial. En estos contextos, es crucial disponer
de un buen modelo de gestión y, aun y su dificultad, de indicadores para medir
los umbrales de sostenibilidad y las externalidades negativas de dicho fenómeno.
Pero al mismo tiempo es importante entender la actividad económica generada y
sus efectos multiplicadores más allá de la industria turística (hospedaje,
restauración, transporte, animación turística) y de sus servicios asociados
(financieros, seguros, comercio, etc.). En el ámbito estrictamente cultural, el
turismo patrimonial tiene efectos positivos sobre los profesionales dedicados a
la conservación patrimonial o la mediación cultural, así como entre los
artesanos y otros oficios artísticos.
Uno de los
primeros indicadores utilizados, inicialmente solo en el ámbito del patrimonio
natural, consistió en medir la capacidad de carga física del espacio por una
sobrecarga de visitantes. Una mirada más hedónica ha permitido evolucionar
hacia el concepto de capacidad de acogida. Ésta tiene en cuenta tanto los
aspectos relativos al recurso patrimonial físico –deterioro, costes de
restauración y mantenimiento –, como la calidad de la propia visita –goce,
aprendizaje, satisfacción–, teniendo en cuenta una diversidad de usos y
actividades alternativas. Pero para conseguir un verdadero desarrollo
sostenible, se debería añadir a los indicadores de preservación del recurso y
de satisfacción de los visitantes, indicadores que midieran los efectos a medio
plazo de las transformaciones socioeconómicas y culturales sobre la población
local. La dificultad de tal empresa, adaptada a cada caso y contexto, explica
el escaso desarrollo de este tipo de estudios, aun y su importancia cara a las
alternativas de gestión de los sitios y a la negociación entre los actores
involucrados.
Idealmente, cada
grupo de interés podría evaluar el sumatorio de efectos positivos y negativos
sucedidos en un periodo determinado, y negociar con los demás agentes medidas
compensatorias. De todas formas, es complejo comparar resultados tangibles
–como por ejemplo el coste de mantenimiento, el número de visitantes, los
puestos de trabajo generados, o el incremento del coste de vida para el
residente local – con percepciones individuales o colectivas tales como el
prestigio, el aprendizaje o el placer.
Dificultad que aumenta en función de la información disponible,
distribuida asimétricamente, las mediciones interesadas de algunos agentes, u
otros factores internos y externos que inciden en el impacto. Evidentemente, la
realización exclusiva de estudios de impacto económico explicita una dimensión
al tiempo que omite las demás, reforzando los intereses particulares de
determinados agentes.
El compromiso
internacional y la mayor visibilidad comporta, en muchos países, una
redistribución asimétrica de la inversión pública y privada en el conjunto de
la oferta patrimonial, y muy en particular de la disponibilidad continuada de
recursos económicos, técnicos y humanos. A un nivel más micro, a menudo implica
una modificación de la normativa urbanística y una transformación de la
tipología de actividades económicas presentes, con un incremento claro del
sector turístico, así como de los servicios asociados al patrimonio. Este
conjunto de cambios tiene efectos en los usos sociales del territorio y en la
estructura social, aspectos que terminan por transformar los valores y
comportamientos sociales y culturales. No es fácil medir dichos cambios y, en
particular, la percepción subjetiva de los mismos por parte de las comunidades
afectadas, pues está en función de la experiencia previa, la velocidad del
cambio y la capacidad para internalizarlo. En muchos casos, la percepción
invasiva del turismo se reduce cuando el flujo crece lentamente, aunque en
valores absolutos sea muy alto.
La imposición de
unos intereses sobre los demás, o la existencia o no de negociaciones entre
agentes con fuerza asimétrica está en base de las tensiones existentes en el
proceso de nominación y en los posteriores modelos de gestión.
Tradicionalmente, los objetivos intrínsecos (protección y puesta en valor del
patrimonio) han dominado, aunque sea retóricamente, sobre objetivos extrínsecos
tales como el desarrollo socioeconómico. Sin embargo, éste acostumbra a ser la
finalidad implícita de la mayoría de propuestas de inclusión. En un mundo donde
el patrimonio flota entre ser moneda de cambio de la identidad o convertirse en
palanca de valor y desarrollo, entre la apropiación de una esencia y el
enriquecimiento a través de la experiencia (Greffe, 2014), la dimensión e
impacto socioeconómico del mismo adquiere un papel cada vez más determinante.
* El presente
texto es una síntesis del artículo publicado: BONET, L. (2017), “The
socio-economic implications of the UNESCO World Heritage List”, Cartaditalia,
Rivista di cultura italiana (Special edition for the European Year of Cultural
Heritage). Bruxelles:
Instituto Italiano di Cultura di Bruxelles & Bertelsmann, November, v. II,
p. 300-321.
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