A lo
largo de los últimos veinticinco años, la cooperación cultural iberoamericana
ha vivido de una forma excepcional del empuje y recursos de los diversos
gobiernos españoles. Ha sido una
cooperación altamente generosa, a veces lindando el derroche, multilateral en
las formas y en las grandes directrices, que ha logrado favorecer a propios y a
extraños.
Se ha dado un pacto implícito: muchos países, instituciones y
profesionales se han beneficiado de la gran cantidad de recursos puestos a
disposición por la administración española, no únicamente en los países con
menores niveles de desarrollo y renta de la región. A cambio se ha analizado y criticado
poco la estrategia seguida, pues se ha preferido obtener o negociar las dádivas
correspondientes (en lugar de proponer las estrategias más necesarias o relevantes desde una
perspectiva de desarrollo cultural) e influir desde los altos cargos locales en ciertos
programas y en los destinatarios de los fondos. Los grandes países de la
región, en especial Brasil, han negociado con ventaja, aportando poco en
relación a su capacidad y a los beneficios obtenidos (por ejemplo en programas
como Ibermedia). Por su lado, los países más pobres se han beneficiado de unos
recursos inimaginables (desde la perspectiva de sus menguados presupuestos)
cosa que les ha permitido modernizar sus estructuras culturales, desarrollar
todo tipo de proyectos, poner en valor parte de su patrimonio cultural y formar
a un gran número de cuadros. Al mismo tiempo, los programas destinados a los
países con menos recursos han ayudado a legitimar el conjunto de la cooperación
española (a menudo simple difusión cultural) ante el Comité de Ayuda al
Desarrollo de la OCDE.
La política implementada durante
este periodo recoge en parte la herencia del franquismo (en particular, la del
Instituto de Cultura Hispánica) pero sobre todo es el resultado de un contexto histórico,
geopolítico y económico determinado, muy condicionado por la voluntad inicial
de integración de España en la Unión Europea y de liderazgo de una comunidad
cultural regional mucho más amplia de lo que la economía y la demografía
hispana permitía. El peso de la estrategia iberoamericana ha dominado buena
parte de la acción cultural exterior del país de este periodo, tanto de forma
directa (tal como indica la distribución geográfica de los presupuestos), como
indirecta en el resto del mundo (con la voluntad de difundir – y apropiarse – de
la cultura iberoamericana por parte del Instituto Cervantes o estrategias como
‘cultura en español’). Es evidente que no solo a España le ha interesado contar
y cuidar dicha relación privilegiada, la cuestión está en cómo se ha hecho, cuántos
recursos se han dedicado y hasta qué punto su uso ha sido eficiente.
El presupuesto del Estado para
el año 2012, así como el proyecto para el año 2013, muestran una gran reducción
de la inversión y capacidad de gasto de la acción cultural exterior, rompiendo
con la generosa contribución disponible hasta la fecha. Mientras que el
conjunto de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo
(AECID) ha visto reducido su presupuesto del 2012 en un 70%, la difusión
cultural más convencional (el Instituto Cervantes o la acción internacional de
la Secretaría de Estado de Cultura) han sufrido recortes mucho más suaves. Este
cambio radical en las prioridades implementadas durante el último cuarto de
siglo no sabemos si será coyuntural o marcará un cambio ideológico profundo
mucho más estructural y a largo plazo. Los dos grandes partidos con
responsabilidades de gobierno prácticamente no habían disentido en las
finalidades ni en el modelo implementado. Ciertamente, el partido socialista había
enfatizado más en la política de cooperación cultural al desarrollo mientras
que el partido popular había hecho lo propio con la difusión cultural exterior,
pero se compartieron objetivos, estrategias y programas.
En un contexto comparado, España
se ha alineado (con retraso, aunque copiando algunos modelos caducos, como en
el caso del Cervantes) con los grandes países que dedican notables presupuestos
a su política cultural exterior. El volumen de recursos humanos y económicos
utilizados, así como las estrategias escogidas, corresponden a una ambición de
liderazgo político y económico notable a escala regional y global. Expresan,
asimismo, una mirada sobre la imagen del país
–interna y externa – más propia de una gran potencia que de un país de
dimensión media. ¿Se trata de una cierta añoranza del viejo pasado imperial o
es consecuencia de un diagnóstico certero sobre la capacidad de influencia
cultural sobre un espacio simbólico compartido?
En el seno de la comunidad
iberoamericana, las posiciones más arrogantes han generado más de un recelo, en
especial porqué han coincido en el tiempo de ambiciosas inversiones por parte
de grandes empresas españolas de carácter multinacional. La confusión se
acentúa cuando algunas de las grandes exposiciones o de los programas de becas
han sido cofinanciados por estos mismos grupos empresariales (cuestión por otra
parte lógica, teniendo en cuenta la necesidad de contar con patrocinio
externo).
La crisis y los grandes recortes
presupuestarios, no solo por parte del gobierno central sino también por parte
del conjunto de administraciones públicas territoriales (algunas de ella muy generosas
y activas en el campo de la cooperación exterior), exigen hoy una mirada
crítica sobre el conjunto de estrategias desarrolladas hasta la fecha y sobre
las alternativas disponibles cara al futuro. El conjunto de países
iberoamericanos deben decidir si quieren aportar fondos para salvar aquellos
programas más valiosos, o si dejan que la herencia de estos últimos años
desaparezca sin más. Sin duda, los estados más frágiles son aquellos con
menores recursos para compensar la reducción de la inversión española, pero
quizás ha llegado el momento para evaluar la sostenibilidad de la estrategia
seguida así como sobre su impacto real a largo plazo. En todo caso, decidirse
por el apoyo a la difusión cultural, centrada en los países más influyentes, o
mantener un apoyo fuerte a proyectos de cooperación cultural para el desarrollo
para aquellos países más necesitados, indica una voluntad de acción que debería
pactarse por encima de los intereses ideológicos coyunturales, pues muchas de
estas acciones no generan impacto hasta al cabo de muchos años.
El resultado global del conjunto
de la acción cultural exterior desarrollada puede ser considerado de
ambivalente en relación a las ambiciones existentes y al conjunto de recursos
invertidos. La falta de estudios de impacto sobre las estrategias
implementadas, cuestión de por si relevante, no permite evaluar adecuadamente
la globalidad del proceso. Asimismo, es necesario tener en cuenta la situación
de partida: inexperiencia inicial, profesionales entusiastas escasamente
coordinados, un sistema burocrático poco flexible, o persistencia de
comportamientos diplomáticos chapados a la antigua, entre otros factores. Todo
ello podría explicar el excesivo peso a la difusión cultural frente a la
cooperación, así como la escasa capacidad para repensar alternativas más
ligeras, eficientes y eficaces. Iberoamérica conforma un espacio potente con un
gran legado cultural y lingüístico común a escala regional y planetaria. Sin
embargo, la capacidad de cooperación y de reciprocidad entre sus países en aun
demasiado escasa. España debe redimensionar sus pretensiones, capacidades y
expectativas si quiere aprovechar la presente encrucijada como una ventada de
oportunidad para repensar toda su acción cultural exterior.
El concepto de diplomacia
cultural es hoy más explícito que nunca, pues la multilateralización creciente
de las relaciones internacionales hace que tanto las viejas como las nuevas
potencias emergentes calculen el coste-beneficio y coste-oportunidad de sus
relaciones culturales. Los gobiernos hace años que comparten con un número cada
vez más amplio y plural de actores públicos y privados, autónomos entre sí, la
tarea de cooperar, difundir, intercambiar, producir o contrastar sus propuestas
creativas y patrimoniales. Este es un eslabón más del complejo y no planificado
proceso de globalización, en que productos, profesionales, consumidores,
turistas, experiencias, inversiones o servicios circulan por todas partes de
forma poco planificada pero siguiendo en general los flujos dominantes en cada
caso.
Es
evidente, que emprender proyectos culturales conjuntos a escala internacional
implica una voluntad de reconocimiento y valoración de la cultura del otro.
Este proceso es más fácil de llevar a cabo cuando se comparten sistemas de
valores o lenguajes expresivos. Pero
trabajar a escala internacional, más allá de ser una realidad cada vez más cotidiana
para todos, requiere aprender a aceptar los esquemas de trabajo y los valores
del otro, muy marcados por las respectivas realidades locales (cultural,
económica, administrativa, social, educativa, etc.). ¿Sabrá Iberoamérica
reinventar su propio modelo de cooperación cultural en el momento en el cual su
principal financiador se bate en retirada? Esperemos que si para el bien de la
propia región y de sus promotores culturales.
Estimado Lluís, el artículo nos resultó muy interesante. Las circunstancias han cambiado drásticamente y las preguntas que planteás invitan a una reflexión necesaria y urgente. Nos gustaría reproducirlo en http://www.recursosculturales.com/
ResponEliminaSaludos y que tengas un excelente 2013.
Federico Borobio, director de Recursos Culturales
contacto@recursosculturales.com