Cultura y sostenibilidad ambiental


¿Cuántos artistas, agentes, comisarios, conservadores o gestores culturales tienen en cuenta el impacto ecológico de sus propuestas y actividades? Cuántas veces desaprovechamos nuestro potencial simbólico y mediático para incidir en una mayor sensibilización social en este ámbito? ¿En cuántas ocasiones hemos tomado –por cobardía, estrechez de mira o inconscienciadecisiones no compatibles con la sostenibilidad ambiental, bien por motivos estéticos, de prestigio, por pretendida incompatibilidad con una determinada concepción de la preservación patrimonial, o simplemente por no querer asumir un coste adicional? Soy consciente de que no siempre es obvio o fácil, pero la escasa conciencia ecológica de la mayoría de nuestros profesionales e instituciones contrasta con la experiencia existente en otros países occidentales más avanzados.

La Agenda 21 de la cultura fundamenta su modelo de desarrollo local sostenible en la transversalidad de 4 grandes pilares: el económico, el social, el ambiental y el cultural. Desde los ambientes culturales se reclama, legítimamente, la necesidad de incorporar el cuarto pilar en las estrategias de desarrollo sostenible de gobernantes y empresas. Si la cultura es la columna vertebral del desarrollo –ya que difícilmente lograremos un verdadero progreso como sociedad si no se basa en unos valores, actitudes y formas de entender la vida que son esencialmente culturales –hay que trabajar en un diálogo transversal, no subordinado, entre estas cuatro lógicas. Sin embargo, a la mayor parte de operadores culturales les cuesta integrar el pilar ambiental, mientras que las dimensiones social y económica están bastante más asumidas. El propio documento de la Agenda 21 –aprobado en Barcelona como pórtico del Foro de las culturas del 2004no explicita ningún compromiso específico en esta dirección más allá de la declaración de principios donde se relaciona el respeto a la diversidad cultural con la ambiental.

Una mirada realmente comprometida de la cultura con el desarrollo sostenible (para mí la sostenibilidad va más allá del respeto al medio ambiente) exige trascender unas acciones y unas políticas culturales centradas casi exclusivamente en una visión estrecha de las artes y el patrimonio con el fin de asumir la dimensión antropológica del hecho cultural. En algunos casos, por ejemplo con conceptos como el de paisaje cultural, se ha avanzado en la buena dirección, pero queda mucho camino por hacer. El mundo del arte y el patrimonio puede ser un excelente espacio de experimentación y de sensibilización social respecto a los valores ecológicos y ambientales por su capacidad de incorporar en las propuestas utopía, análisis crítico, imaginación y magia. Algunos lo practican desde hace años, con propuestas de reutilización de materiales, obras de denuncia contra el despilfarro de recursos, soluciones de rehabilitación sostenibles, compromisos de ahorro energético o la puesta en valor de prácticas patrimoniales tradicionales mucho más respetuosas con el medio. Sin embargo, muchas de estas experiencias son tildadas de "cutres" o hasta contrarias a los valores de prestigio y calidad en que a menudo se envuelven las experiencias artísticas y patrimoniales. Otras veces, la excusa de la escasez de recursos disponibles sirve para no invertir o arriesgar en compromisos ambientales a menudo bien humildes, que se pueden sintetizar en tres conceptos clave: reducción del consumo, reutilización y reciclaje.

Existe un amplio abanico de estrategias y acciones para hacerlo posible tanto en la oficina como en espacios abiertos al público, así como en todo tipo de proyectos y producciones: menor contaminación lumínica o acústica, iluminación más eficiente, reutilización y reciclaje de materiales, medios de transporte menos contaminantes, mejores aislamientos térmicos o gestión eficiente de desechos, entre muchos otros. A menudo las alternativas pueden incluso ser más económicas, tal como se demuestra en medidas de reducción del consumo o en estrategias como bonificar el retorno de los vasos a los asistentes a espectáculos masivos.

Sin embargo, el mundo cultural renuncia a encabezar la vanguardia de las nuevas responsabilidades sociales más a menudo de lo que algunos quisiéramos. De palabra todo el mundo defiende la protección ambiental, pero pocos proyectos artísticos o patrimoniales se han planteado seriamente las interdependencias entre el desarrollo ambiental y el cultural, su huella ecológica, o la tarea de difusión y concienciación creativa que podrían llevar a cabo. Así, cuando se rehabilita un espacio patrimonial cuenta más una interpretación histórica o estética del monumento (que no sabemos si dentro de unas décadas será tan criticada como determinadas reconstrucciones románticas de nuestro patrimonio histórico) que el intento por hacerla compatible con una mejor sostenibilidad ecológica: materiales aislantes, doble acristalamiento, placas solares o sistemas de gestión de públicos con menor huella ambiental. ¿Cuántos proyectos u organizaciones culturales conocemos en nuestra órbita con programas concretos de ahorro energético, de reducción de las potencias de luz y sonido en las producciones, de educación ambiental o de reutilización sistemática? A muchos les parece propio de artistas barbudos y no de planteamientos modernos, glamurosos o de calidad.

La realidad es que más allá de la sensibilidad militante de algunos creadores o gestores de proyectos, la mayor parte del sector cultural sigue la pauta dominante de nuestra sociedad: una creciente conciencia expresada en los discursos pero escasa práctica real más allá de la inducida por las normas legales o por los costes crecientes de los suministros energéticos o de agua. Si el conjunto de la sociedad asume progresivamente compromisos de sostenibilidad es gracias a una combinación de políticas coercitivas y de políticas educativas, impulsadas fundamentalmente desde movimientos ecologistas que en sus inicios parecían radicales. De manera similar, necesitamos experiencias de vanguardia que hagan de punta de lanza legitimadora de estrategias y acciones adaptadas al mundo del espectáculo en vivo, el audiovisual, la edición o el patrimonio. En países como Alemania, Canadá, Noruega, el Reino Unido o Suiza organizaciones sectoriales y gobiernos trabajan desde hace tiempo en la implementación de una combinación de programas educativos, de incentivación y de difusión de buenas prácticas junto a normativas que penalizan comportamientos poco sostenibles. El informe Arts and ecological subtainabiliy encargado por la Federación Internacional de Consejos de las Artes (IFACCA) comenta algunas de las políticas desarrolladas. Por ejemplo, la Fundación Pro Helvetia condiciona su política de subvenciones al uso del tren en los desplazamientos en distancias cortas y medias, a la incorporación de proyectos co-participativos con el público que tenga en cuenta una mayor sensibilización artística y ambiental, o incluso que el equipamiento técnico utilice materiales o recursos más sostenibles (luces let o reutilización de materiales, entre otros). También el Comite21 francés sobre cultura y desarrollo sostenible ha recogido un gran número de buenas prácticas. También en el campo de la producción audiovisual diversos países han publicado guías para promover un mayor respeto hacia el entorno (mirad por ejemplo Guide Éco-Cinéma, The Green Seal Guidelines o EcoProd fiches practiques, entre otros). El compromiso ambiental puede significar unas inversiones que pueden parecer caras, sobre todo en un momento como el actual de recortes presupuestarios, pero hay que pensar en el impacto social, económico y ambiental a medio plazo sobre el conjunto de intervenciones a desarrollar ya que la mayor parte de estos "gastos" son inversiones a largo plazo.

Queda mucho trabajo por hacer. Necesitamos impulsar cambios de prioridades y dar visibilidad a las buenas prácticas –incluso a los pequeños gestos– para que no sean acciones aisladas o percibidas como militantes. Desde la perspectiva de las políticas públicas se trata de diseñar indicadores de evaluación que midan el compromiso progresivo en esta dirección, ya que en este (y en muchos otros temas) no puede ser que sólo se evalúe en función del número de espectadores, usuarios o visitantes. En la medida que implicamos otros actores o prescriptores influyentes (porque no los públicos infantiles que tanta capacidad tienen de influir en los adultos) habremos dado un gran paso adelante. Si queremos ser un referente cultural de prestigio internacional debemos enterrar la retórica vacía para avanzar en compromisos de desarrollo concretos, más ambiciosos y transversales !

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