Un IVA reducido para la cultura


Todos sabemos -y el estado aun más- que es muy eficiente recaudar un impuesto como el IVA. Por eso el gobierno decidió subirlo en julio de 2010 aprovechando la crisis económica y presupuestaria, tal como están haciendo otros gobiernos de nuestro entorno. Es un impuesto con un claro efecto anti-redistributivo¹, y con unos tipos bastante estables (no habían cambiado desde 1995), ya que su aumento suele tener bien un impacto inflacionario o bien de retracción del consumo. Sólo los ámbitos informales, por desgracia muy amplios en nuestro país, consiguen escabullirse. Este hecho genera un agravio fiscal respecto a la mayoría de empresas y trabajadores que pagan religiosamente sus impuestos (es sorprendente que aunque nos afecta a todos, en lugar de denunciarlo callamos o alabamos al listillo). Pero lo peor es que tiene graves consecuencias negativas para los trabajadores de la economía sumergida, ya que tampoco se pagan las cotizaciones sociales que les darían derecho a la futura jubilación. Sin pagar impuestos ni cotizaciones sociales no podemos luego reclamar unos servicios públicos de calidad.

El IVA es un impuesto armonizado a escala europea, pero en el que cada país puede decidir no sólo los tipos impositivos, sino también qué productos pagan el tipo normal (18% en España), el reducido (8%), el super-reducido que sólo existe en algunos países (4 %), o están exentos (0%). Los servicios educativos o sanitarios están exentos del IVA en la mayoría de países europeos, pero las reducciones a otros productos cambian mucho de un país a otro

Si nos fijamos en el caso de los bienes y servicios culturales, nos encontramos con diferencias a priori difíciles de explicar. Por ejemplo, el IVA del libro (atención, el libro electrónico paga en la mayoría de países europeos el tipo normal) es del 4% en España o Italia, el 0% en el Reino Unido o Irlanda, el 5,5% en Francia, el 7% en Alemania, el 12% en Hungría o el 25% en Dinamarca. Algo parecido sucede con el precio de las entradas de los espectáculos. Así en España es del 8%, en Francia oscila entre el 2,1 y el 5,5%, en Italia el 10% y en el Reino Unido el 20%. En cambio, muchos otros productos culturales no gozan de ninguna exención, o en las artes plásticas, la venta de obras por parte de los artistas está exenta mientras que la parte correspondiente a los galeristas es del 18%.

Una de las reclamaciones del
Pacto por la cultura aprobado por más de cuarenta organizaciones representativas de todos los sectores culturales en Madrid el pasado mes de diciembre era la armonización (obviamente a la baja) del IVA de todos los productos culturales. La razón parece obvia, ya que es difícil contar por qué la práctica musical o pictórica (los precios de los instrumentos, o de las telas y pinturas) o la compra de discos paguen el 18% de IVA, y en cambio las publicaciones deportivas o de moda sólo el 4%. La explicación es la diferente capacidad de presión del sector editorial respecto a otros ámbitos de la cultura menos influyentes.

El objetivo de las tasas reducidas es abaratar los precios que los consumidores deben pagar de productos básicos o que se consideran de gran utilidad social. Desde un punto de vista fiscal, esto tiene sentido si se confirma que los consumidores son sensibles a los cambios de precios. Es decir, que el hecho de que un libro valga 10,4 Euros en lugar de 11, 8 Euros (este es el diferencial del IVA) genera un incremento del consumo significativo. Esta exención es una forma de subvención (menor ingreso para el estado) que beneficia directamente a los consumidores (que pagan más baratos estos productos) e indirectamente a los productores (que ven incrementada la demanda, y a veces pueden lucrarse con el diferencial entre el IVA soportado y el IVA repercutido).³

Así, pues, desde la estricta lógica fiscal hay que analizar cuando tiene sentido, y cuando no, una franquicia de este estilo, ya que todo diferencial representa un agravio respecto a otros sectores económicos o tipologías de consumidor (no todo el mundo consume lo mismo). Dado que los impuestos sirven para pagar el conjunto de gastos del estado (sanidad, educación, obras públicas ...) es importante que las reducciones sobre los tipos estén socialmente bien argumentadas, o tengan el menor efecto fiscal posible. Es decir, que el incremento del consumo que genera la baja del precio del producto cree un cierto retorno fiscal que compense en parte la reducción de los ingresos públicos. Una aproximación correcta al tema de la armonización del IVA a todos los productos culturales debería implicar, pues, un análisis serio sobre cuáles son los consumos que más necesitan la ayuda del estado, y al mismo tiempo, cuales verían aumentar más el volumen de las ventas gracias a la reducción de su precio.  El hecho de que los consumidores culturales -en especial los más entusiastas- sean poco susceptibles a los cambios de precio hace poco eficiente esta medida, pero para el consumidor novato más sensible al coste tiene mucho sentido. Sin embargo, habría que valorar si desde una perspectiva coste-beneficio esta es la manera más eficiente de incitar la creación de nuevos públicos. Por otro lado, exigir subvenciones o beneficios fiscales cuando lo que se necesita es una profunda reconversión industrial, como ha hecho la industria del automóvil o intentó el mundo del disco recogiendo firmas para solicitar la reducción del IVA, es pan para hoy y hambre para mañana, eso , a cargo del erario público

Ahora bien, desde la estricta lógica de los intereses culturales cualquier incremento de la exención fiscal es positivo si bien no sea lo más eficiente fiscalmente, o tenga un cierto componente anti-redistributivo (dado el perfil sociológico acomodado de la mayoría de consumidores culturales). En última instancia, en el marco del conjunto de sectores económicos protegidos (la cultura solo recibe del 3,4% del conjunto de beneficios fiscales previstos en los presupuestos generales del estado para el 2011), las razones que llevan a una sociedad a valorar más unas actividades que otras son subjetivas e históricas. Yo creo francamente en la aportación de la cultura al bienestar y al desarrollo general del país. Puestos a compararnos con otros sectores que reciben mucho más apoyo público, ¿Por q tenemos que ser más papistas que el Papa? Otra cuestión sería preguntarse si es más eficiente para el desarrollo cultural, incentivar el consumo o la producción.

Sin embargo, ¿estaría dispuesto el Ministerio de Hacienda a traspasar al Ministerio de Cultura y en especial a las administraciones territoriales los recursos ahorrados por una hipotética abolición de las exenciones por IVA? Yo creo que no. Por eso hay que reivindicar, a pesar de las dificultades para convencer a las autoridades económicas de Madrid y Bruselas, la reducción general del tipo impositivo del IVA a todos los bienes y servicios culturales.

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Notas:

¹ Al pagar todos -ricos y pobres- el mismo tipo impositivo, según ha calculado el Instituto de Estudios Fiscales (IFS) el incremento de 2,5 puntos (del 17,5 al 20% en el Reino Unido) significará una pérdida del 2,25% de los ingresos netos para el 10% de la población más pobre, mientras que la reducción no llegará a reducir el 1% de los ingresos en el 10% o decil más rico.
² Ver evolución por países de la Unión Europea y productos en http://ec.europa.eu/taxation_customs/resources/documents/taxation/vat/how_vat_works/rates/vat_rates_en.pdf
³ ¿Cuando el valor total del IVA generado (aquel que grava los productos culturales acabados) es inferior al del total de IVA soportado (el que ha pagado por la compra de suministros) dado que el primero tiene un tipo inferior al segundo, se puede pedir a la Agencia Tributaria que devuelva la diferencia.
* Agradezco los comentarios de Marta Ardiaca, Marisol Lopez y Rafa Milán.

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