¿Iconos para las masas o solo para las élites?



¿Es posible sustituir los miles de cámaras fotográficas enfocando La Gioconda por una contemplación reposada y sin empujones de la obra maestra de Leonardo? ¿Quiénes serían los privilegiados escogidos y qué habría que hacer con la masa de visitantes decepcionados que son atraídos diariamente por el icono del Louvre?

Una de las paradojas del mundo contemporáneo es el elevado crecimiento de las audiencias de los grandes espacios emblemáticos de la creación humana –y la degradación que este acceso masivo comporta– al mismo tiempo que multitud de otros monumentos y colecciones no logran atraer un flujo suficiente de personas para garantizar la viabilidad social y económica que permita mantenerlos abiertos. Los seres humanos corremos detrás de los iconos, marcando con alfileres virtuales nuestro mapa mental de lugares donde quisiéramos ir, que querríamos experimentar, y luego poder explicar. Tocar el aura y a ser posible llevarnos un recuerdo personal de estos lugares mágicos, con independencia de la calidad intrínseca de la visita efectuada, es importante para aquellos que hemos recibido una determinada educación.
 La calidad de la fotografía que podamos hacer con nuestra máquina es infinitamente inferior a la de una imagen comercializada por el propio museo, pero queremos poder mostrar que hemos estado allí, aunque sea para explicar la anécdota de la fotografía realizada por sobre las cabezas del resto de visitantes. Ahora bien, casi nadie sale satisfecho tras intentar entender porque esta pintura atrae tantas multitudes, y porque a me ha tocado disfrutarla en tan malas condiciones. Muy pocos consiguen descifrar la sonrisa enigmática de la Mona Lisa. Nos quedamos con la inexpresiva explicación de la guía turística, o el recuerdo de aquella clase de historia del arte donde un añorado maestro intentaba transmitirnos a partir de una foto de libro de texto, o con suerte una diapositiva descolorida, los misterios de la pintura de Leonardo. Y es este capital cultural lo que nos ha empujado a no dejar de lado esta apretada sala del Museo del Louvre.

Las alternativas a este despropósito no son fáciles. Todos querríamos ser uno de los pocos privilegiados en poder contemplar con tranquilidad la gran obra de arte. En el fondo, la opción del museo parisino es la misma que la de otros establecimientos con iconos similares. Mientras la gente no se queje excesivamente y la obra de arte no se estropee, prefieren no tomar medidas impopulares que, además, le reducirían los ingresos directos e indirectos que genera. El exceso de flujo humano desanima a algunos y se genera una cierta autorregulación. Ante la previsión de un aumento de la demanda, existen sin embargo varias alternativas: precios de exclusión para visitar obras de arte consideradas excepcionales; turnos de visita reservados anticipadamente; disposición de salas didácticas junto con réplicas de alta calidad y buenas explicaciones. Evidentemente, todas estas alternativas generan un tipo u otro de oposición o inconveniente, pero probablemente no tardaremos en ver algunas de estas opciones habilitadas en ésta u otros iconos con flujos de visitantes similares.

Tiempo al tiempo.

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