Foto, urbano o rotonda, tres alegorias sobre política cultura por Giménez-Frontín



En octubre de 2006, en un especial del Culturas de la Vanguardia previo a las elecciones al Parlamento de Cataluña, José Luis Giménez Frontín presentaba alegóricamente tres modelos de gestión pública de la cultura. Aquellos tres mecanismos, presentes de forma híbrida en mayor o menor intensidad en muchas formas de intervención gubernamental, se pueden resumir en:
  • Fotografía
  • Guardia urbano
  • Rotonda
 
Una política de fotografía es aquella basada en eventos de éxito, habitualmente puntuales o icónicos. Es una forma de intervención orientada prioritariamente a la propia imagen o proyección institucional, a menudo una mera operación promocional, que permite mostrar una fachada o imagen positiva que llegue fácilmente al público a través de grandes gestos amplificados por los medios de comunicación. Este es un modelo que no fomenta la educación ni el espíritu crítico, y por tanto donde la cultura no se convierte en herramienta de transformación personal o social. En la mayoría de políticos, pero también para muchos empresarios culturales, "salir en la foto" es algo fundamental para fortalecer su imagen o comercializar su producto. Cuando esta lógica impera, alcanzar metas de lógica cultural –cómo fomentar el acceso a la cultura o a sus expresiones– no importa más que de forma instrumental. La lógica publicitaria-electoralista se impone sobre la cultural.

La política de guardia urbano es claramente intervencionista. Pretende orientar, casi decidir, sobre qué vale la pena, y por tanto hacia dónde deben ir las cosas y la gente. Corresponde al modelo ilustrado, con indiferencia de si es tradicionalista o vanguardista. Los totalitarismos son la expresión más extrema de este modelo, que sin embargo cuenta con una larga tradición en el mundo continental europeo, tanto liberal como socialdemócrata. Las agencias gubernamentales pontifican sobre la excelencia o inadecuación de las diversas expresiones culturales, y consecuentemente condicionan los movimientos artísticos y normativizan las lecturas adecuadas del patrimonio heredado. En general pretenden alcanzar metas elevadas que terminan por casi sólo favorecer la cultura de élite, y en consecuencia muestra un escaso interés sobre los efectos reales en el tejido social, y bastante despreocupación respeto su viabilidad económica. El urbano puede partir de premisas como garantizar el acceso a la cultura pero en general termina favoreciendo la protección de la alta cultura. Como contrapartida positiva, permite el desarrollo de formas de expresión minoritarias que de otra manera tenderían a desaparecer.

Finalmente, una política de rotonda se basa en dar apoyo a la auto-organización social. Crear normas para que todos puedan hacer su camino. Las reglas del juego que se proponen, como en las "rotondas" de tráfico, apuestan por la iniciativa propia y la sostenibilidad. Consiste en el establecimiento de una cultura organizativa transparente pero fuertemente normativizada. Una vez establecido el marco todo el mundo sabe que se puede hacer: que se va a financiar, de qué manera, durante cuánto tiempo, con qué límites, y por qué. En general este modelo potencia la diversidad de opciones y apuesta por la iniciativa propia, generando así un proceso que en buena parte se sostiene a sí mismo.

Estos tres mecanismos casi nunca se dan aisladamente o en estado puro. Ninguna administración política democrática construye su acción cultural únicamente pensando en la fachada, pero evidentemente no hay ninguna que no lo tenga en cuenta y renuncie totalmente. De manera similar, es difícil encontrar una política de guardia urbano pura o un modelo basado exclusivamente en la "rotonda"; normalmente se dan diversos grados de hibridación.

La tentación del poder es la combinación entre fotografía y guardia urbano. Sin embargo, a medida que una política cultural es más madura y consciente tiende a aproximarse al modelo de rotonda. Ahora bien, no es fácil establecer reglas exigentes y a la vez adaptables a un contexto de cambio social y tecnológico muy rápido. Un sistema normativo dúctil que sea realmente incentivador de la creatividad, de una producción profesional plural y de calidad, y que al mismo tiempo garantice el acceso a la cultura y a la libre expresión de todos los ciudadanos.

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