Caracas. Foto: Xavier Torrens |
El Ávila, la
montaña icónica de Caracas, es probablemente el único elemento omnipresente y
estable que caracteriza esta ciudad seductora y extraña, capital de un país
inclasificable. No estamos únicamente en el Caribe –región de sensualidades,
gustos, colores, afectos y paisajes humanos y naturales exagerados –, sino que
desde hace más de una década es el centro de un espacio de experimentación
política singular. Un territorio donde se mezcla de forma inconexa libertad de
expresión y autoritarismo arbitrario, pobreza severa y socialismo petrolero,
populismo demagógico y clientelismo político, gran inseguridad ciudadana y
control gubernamental, corrupción generalizada y justicia politizada.
Es difícil
clasificar la situación política, ya que formalmente nos encontramos en una
democracia homologable, con elecciones, partidos políticos y libertad de
expresión. Pero todo ello contaminado por el dogmatismo gubernamental y la casi
desaparición de la separación de poderes y de medios de comunicación
independientes. La práctica totalidad de diarios, radios y televisiones están
en manos del estado o han sido adquiridos por la oligarquía económica cercana
al régimen. La oposición, dividida internamente, tiene grandes dificultades
para gestionar los municipios y los estados donde gobierna, tanto por las
restricciones económicas y jurídicas con las que el gobierno central los acosa,
como por la incapacidad de romper el viejo modelo de política clientelar, que el
chavismo ha exacerbado. Lubricado por los ingresos del petróleo, el régimen ha
sacado de la apatía abstencionista buena parte de la población, al identificar
apoyo político y acceso a los bienes de consumo y a los servicios básicos (de
electrodomésticos a viviendas, de medicinas a motocicletas). La revolución no
ha logrado un sistema más equitativo y seguro, una mejor cultura democrática,
ni la imprescindible redistribución de la riqueza en un país con tantos
recursos, sino reproducir en otros perros los mismos collares; eso sí, con un
modelo productivo más ineficiente y corrupto, en el que el servicio al pueblo
todo lo justifica.
La paranoia que
todo lo contamina provoca en los intelectuales comprometidos, pero también en
muchos ciudadanos de base, una mezcla de actitudes y comportamientos curiosos:
heroicidad cotidiana ante la inseguridad física o la arbitrariedad política,
lucidez estoica en la interpretación de la realidad, paciencia infinita en
busca de productos imprescindibles a precios razonables (a menudo en manos de
acaparadores), exageraciones semánticas en la descripción de los afectos, o
incluso algunos exabruptos esporádicos de agresividad verbal sorprendente en
gente tan cariñosa. Son actitudes que sólo pueden entenderse en el contexto de
un entorno duro, a menudo impredecible, donde es difícil vivir cómodamente.
Como en otras
grandes ciudades, no es fácil calcular cuánto tiempo puedes quedar atrapado en
un atasco de tráfico, pero aquí es más exagerado. En hora punta, recorridos de
veinte minutos pueden comportar dos horas y media interminables (lo que genera
en los que te esperan una paciencia infinita). En cambio, entrada la noche, la
ciudad se vacía y circular se convierte en una experiencia zombi, ya que los
vehículos no se detienen en los semáforos rojos para evitar robos, secuestros
exprés u otras experiencias desagradables. No es extraño que la vida nocturna
haya casi desaparecido (la última sesión de los cines es a las 8h), se refugie
en casas particulares, o muchas presentaciones culturales se hayan trasladado a
los domingos o a media tarde.
La gente pasea por
los centros comerciales ante la inseguridad de la calle. Estos, aparentemente
bien provistos de mercancías, no disponen de muchos productos básicos. Caracas,
ejemplo histórico de la "modernidad" latinoamericana gracias al boom
del petróleo (una mezcla de rascacielos, autopistas urbanas, fantásticas
muestras de arte urbano, zonas de alto standing y enormes barrios miserables)
sufre un caos y una degradación creciente. Las barriadas pobres siguen inmersas
en la inseguridad y la marginación, con escasísimos servicios y niveles de
violencia enormes, al ser el espacio de confrontación entre bandas de
delincuentes y narcotraficantes. El abandono escolar y la mortalidad entre los
jóvenes es muy grande ante la facilidad para encuadrarse como sicario y así
acceder a los iconos de consumo preferidas (motos, pistolas, ropa de marca
...). La mayoría de viviendas siguen siendo ilegales, fruto de ocupaciones
históricas, a menudo en terrenos baldíos, de gran pendiente o cauces de
torrentes (que pueden desaparecer con cualquier aguacero). La inseguridad
jurídica no sólo impide un mercado legal de compraventa de viviendas, sino
también contratar los suministros básicos, que se obtienen conectándose de
forma fraudulenta a las cargadas redes existentes (haciendo no viable comercialmente
el suministro e incentivando su degradación). El transporte público es caótico
y poco frecuente. Así, la lucha entre buses destartalados para captar clientes
contrasta con la baja frecuencia y congestión del metro. Por desgracia, esta es
una característica común a muchos otros países latinoamericanos, pero mientras
se observa una mejora en muchas otras ciudades de la región, el caso venezolano
empeora.
La situación
económica cada vez está más degradada, con una pérdida clara de capacidad
productiva, debilidad del consumo interno y una creciente dependencia de los
ingresos del petróleo para acceder a las divisas que permiten importar. A la
mala gestión de muchos servicios nacionalizados, hay que sumar la desinversión
privada en la mayoría de sectores con precios regulados, dado que el gobierno
otorga cupones de racionamiento y dicta precios por debajo de costes. Las
empresas dejan de proveer los bienes regulados que sustituyen por sustitutos en
libre mercado (la oportunidad hace al pícaro). La debilidad de la producción
nacional y la escasez de divisas hacen que el acceso a los productos de consumo
dependa de los lotes de importación. Cada vez que estos se agotan, el
acaparamiento por parte de los especuladores provoca alzas de precios hasta la
llegada del lote siguiente. El precio de un producto imprescindible –desde una
medicina en una pieza de repuesto, o incluso de un lubricante de automóvil –
puede multiplicarse por 20 en función del lugar y del momento, lo que genera un
movimiento frenético para intentar adquirirlo a un precio razonable. De lo
contrario, cada vez que el gobierno anuncia la llegada de productos a precio de
saldo se forman colas enormes, que colapsan barrios enteros, para asegurarse el
abastecimiento.
Por otra parte,
una inflación superior al 60% (datos del FMI para el 2014), con un desajuste
creciente entre salarios y costo de la vida, concentra las compras a inicios de
mes para evitar la pérdida de valor de la moneda. La cotización del bolívar
oscila entre los 6,3 y los 11 bolívares por Euro en el mercado oficial (en
función del producto) y los 160-200 bolívares que puede alcanzar en el mercado
negro (en agosto de 2012 el precio en el mercado negro era de 11 bolívares un
Euro). Quién tiene la oportunidad ahorra en divisas, mientras la mayor parte de
la población se empobrece por la inflación y la incapacidad de hacer frente a
los productos o servicios básicos que hay que pagar en moneda extranjera.
Este conjunto de
desajustes abonan múltiples praxis corruptas, desde funcionarios que informan
sobre el nivel de los abastecimientos de productos básicos, a privilegiados
autorizados a comerciar con divisas. Conseguir una plaza de aduanero en la
frontera colombiana, previo pago del favor al superior responsable, permite
cobrar una coima o soborno a cada uno de los transportistas que a diario cruzan
la frontera para vender en las gasolineras del país vecino el carburante
venezolano adquirido a precio de saldo. Estas prácticas, a pesar de la crítica del
sector más purista del régimen, se repiten en otros sectores sin que se le vea el
fin.
Este conjunto de
circunstancias explica el continuo flujo de emigrantes, en especial entre las
clases medias y gente con estudios. La pérdida de cerebros descapitaliza un
país que necesita más que nunca personas preparadas para salir del callejón sin
salida donde se encuentra. Pese a la existencia de pequeños oasis culturales
(librerías con tertulias semanales, centros de arte con exposiciones de
vanguardia, o facultades con programas docentes e investigadores punteros), la
realidad cotidiana es extremadamente dura para alguien que quiera llevar
adelante un proyecto independiente o una familia.
En pocos lugares
me han agradecido tanto haber aceptado la invitación a venir, ya que el miedo
ha reducido el número de conferenciantes foráneos y viajar al extranjero es
cada vez más difícil. Desde la comodidad del primer mundo, mando muchos ánimos
a los amigos venezolanos que siguen creyendo en su país y luchando por
sobrevivir y hacerlo mejor !!
Lluís Bonet
Barcelona, noviembre
de 2014
Muy preciso su análisis, Profesor.
ResponEliminaLamentablemente, estamos viviendo la primera verdadera oleada de emigración venezolana en toda su historia.
Algunos dicen que de los errores se aprende. Otros dicen que el venezolano es muy corto de memoria. Esperemos que esta vez aprendamos a no olvidar.
Saludos desde Caracas.
Joel