- acompañar unos profesionales y unas organizaciones en el umbral de la quiebra;
- salvaguardar aquellas experiencias más frágiles y al mismo tiempo más relevantes para el paisaje cultural post-crisis;
- apoyar aquellos proyectos o instituciones con mayor capacidad multiplicadora y sinérgica para el sistema cultural;
- fortalecer los procesos de resiliencia de ciudadanos, entidades y profesionales.
- la ayuda es tan pequeña que casi no compensa los gastos de administración de la misma (costes de gestión, tanto por parte de la propia administración como para los receptores);
- se reproduce un ecosistema desequilibrado (reciben más los territorios y los subsectores con mayor iniciativa y más capacidad de presentar propuestas alineadas con los parámetros de las convocatorias) en lugar de ayudar preferentemente allí donde hay más déficits;
- la actividad se hará de todos modos y no depende del apoyo gubernamental; es decir, cuando el dinero público no incentiva, sino que tan sólo conlleva un ingreso adicional.
Finalmente,
porque no ha existido una política inteligente de incentivos, reciclaje y movilidad del
personal a cargo; un recurso humano muy desaprovechado, dedicado demasiado a
menudo a tareas administrativas y no al diseño de actividades y al incentivo de la actividad del
tejido social. Cuando una política se deja en manos, prácticamente, del esfuerzo voluntarioso de unos pocos, no llega demasiado lejos. Y es una lástima
porque pese a los recortes disponemos de infraestructuras y de profesionales
potencialmente muy decentes. Y, adicionalmente, en países como España, su estabilidad laboral permitirá aguantar mejor el
embate de la crisis. Sin embargo, hay que superar rigideces normativas
en la tramitación administrativa ya que frenan una respuesta eficiente,
cuestión sangrante en un momento particularmente grave como el actual.
Ahora
bien, si miramos el grueso de las estrategias de política cultural, aquellas
que se pueden leer en el detalle de los presupuestos públicos (¡olvidaos de los
grandes discursos retóricos o de los fuegos artificiales de las promesas
evanescentes!), no ha habido cambios sustanciales entre la primera y la segunda
década del siglo XXI. ¿Cómo puede ser cuando tantas cosas han cambiado en dicho lapso de tiempo? La crisis de 2008 implicó una reducción brutal de los recursos
disponibles, recursos que diez años después no se han recuperado (en España el
gasto cultural del conjunto de administraciones públicas de 2017 –último año
con datos liquidados disponibles- estaba todavía a un 72% del gasto de 2008). Pero
los recortes no respondieron a una estrategia reflexionada, sino que se
salvaron las actividades que tenían mayores costes políticos o contables, los
proyectos más institucionalizados, con personal fijo o funcionario, o como
mucho aquellos subsectores con mayor capacidad de movilización social. En
paralelo crecieron muchas iniciativas y proyectos, particularmente flexibles,
frágiles o intensivos en el tiempo -como por ejemplo los festivales -,
actividades que ahora van a sufrir particularmente.
Por
ello es fundamental que la nueva agenda de política cultural tenga una mirada
estratégica. En este sentido, ¿quién?, ¿qué? y ¿cómo hay que priorizar ante una
crisis inesperada, profunda y que nos ha cogido a todos desprevenidos? No es fácil
responder a estas preguntas ya que no disponemos de suficiente información -a
pesar del gran número de encuestas de urgencia realizadas durante el último mes
y medio (desgraciadamente no todas metodológicamente correctas)- para hacer un
diagnóstico preciso de la situación por territorios, sectores, formatos y
tipologías de agentes. Lo que está claro es que no se deberían volver a repetir
los errores de la gestión de la crisis de 2008, ya que algo deberíamos haber
aprendido de la misma, y hoy el sector cultural llega más debilitado que en
aquel momento.
Análisis crítico de las medidas
gubernamentales implementadas hasta ahora
Las
medidas que se han tomado hasta ahora para paliar los efectos de la crisis,
como los préstamos avalados por el gobierno, la exención o retraso en los
plazos de pago de algunos impuestos, los ERTE (expedientes de regulación
temporal de empleo), así como algunas ayudas a fondo perdido o subvenciones
extraordinarias, no sólo son insuficientes, sino que a menudo están mal
adaptados a la realidad del sector cultural. De todos ellos, el que está siendo
más efectivo (especialmente para las organizaciones de menos de 50
trabajadores) son los ERTE, pero habría que alargarlos pasado el estado de
alarma porque en muchos casos no se les permitirá abrir en condiciones de
rentabilidad hasta mucho más adelante; también para facilitar la reincorporación
gradual de los trabajadores, pues la actividad económica y el consumo se
recuperarán muy lentamente. En cambio, las ayudas directas son en la mayoría de
casos de importes demasiado reducidos por los trámites burocráticos que implican.2 Ahora bien, en ambos casos, son medidas para detener el golpe inicial, no para
encarar el regreso a la actividad, ni para prepararse para un futuro incierto.
En este
sentido es interesante escuchar las demandas de los miembros del Consejo de
cultura de Barcelona: "necesitamos un gran plan para el sector cultural,
un plan que siente unas bases nuevas y sólidas para la vida cultural de la
próxima década y que evite los errores del pasado"3. Y, junto a
ello, piden medidas concretas: "incrementar las ayudas propuestas por las
instituciones públicas, aportar liquidez a las empresas -más que préstamos, se
necesitan fondos no reintegrables-, habilitar un mecanismo de apoyo a las
empresas privadas y entidades semipúblicas, así como profesionales autónomos
-un fondo de apoyo ad hoc disponible
durante un periodo más o menos largo-, y finalmente agilizar los procesos
administrativos para hacer frente a la urgencia de la situación". Este
último requerimiento es muy importante ya que la administración a menudo está
más centrada en evitar algún tramposo sin tener en cuenta el enorme desperdicio
de recursos propios y ajenos que implica cumplir con unos procedimientos
administrativos poco eficientes, que desgraciadamente tampoco evitan el fraude.
Otra cuestión que
hay que analizar es el volumen y la eficacia de la ayuda financiera
gubernamental, a corto, medio y largo plazo. En relación al volumen de
la ayuda, este depende de la capacidad financiera de cada gobierno, ligado a su
nivel de endeudamiento previo, la capacidad para poderse endeudar más (que
depende de la confianza de los potenciales acreedores) y de las prioridades
gubernamentales sobre qué sectores y agentes merecen recibir estas ayudas. En
la mayoría de países latinoamericanos, la capacidad de endeudamiento es
limitada y la cultura no es considerada una prioridad para los dirigentes
políticos y económicos con poder real de decisión. Sin embargo, se observan
diferencias enormes de sensibilidad y de estrategias entre los diferentes
países (ver, por ejemplo, la recopilación realizado por la OEI con las
iniciativas de los gobiernos
iberoamericanos, la del Compendium
de políticas culturales o de KEA a
escala europea, o a nivel mundial los enlaces del estudio de On
the move y CircoStrada, entre muchos otros).
En
Europa tendremos una gran inyección de liquidez por parte del Banco Central
Europeo, pero no sabemos todavía cómo se distribuirá por sectores, tipologías
de agentes y en última instancia, niveles de gobierno. El cómo se haga marcará
la eficiencia y la eficacia del paquete de medidas de apoyo a la cultura. En España
la cultura no es una prioridad gubernamental, tal como la primera reacción del
ministro del ramo dejó claro. Además, el análisis de la gestión de la crisis de
2008 no genera muchas esperanzas. La administración central acaparó la mayor
parte de los recursos disponibles, ahogando las comunidades autónomas que
tenían que hacer frente a los costos en sanidad y educación, y limitando la
capacidad de gasto de los entes locales endeudados en las competencias
esenciales (que solo muy parcialmente incluían cultura). Sin embargo, son estos últimos los que
han liderado el gasto en cultura, incrementando en casi 10 puntos porcentuales
su peso en el gasto cultural total de las administraciones públicas españolas
(del 54,8% en 2008 al 64,2% de 2017). Así pues, si la liquidez alcanza los
ayuntamientos hay una cierta esperanza de contar con recursos reales para
reactivar el sector, tal como muy bien explican Ángel Mestres y Oriol Martí en
un escrito reciente en el blog
de Trànsit projectes al que nos invitan a no tener miedo. Ya que, si los recursos excepcionales puestos a disposición acaban
fundamentalmente en manos de la administración central, su impacto en el tejido
cultural será mucho más bajo y centrado principalmente en su sedes madrileñas o en las grandes empresas del sector4
(¡a no ser, vana esperanza, que se creara un programa de compras y encargos descentralizado de arte
público, como el New Deal del presidente Roosevelt durante la Gran Depresión,
tal como el Cultura/s
de la Vanguardia deja
sugerir!). Por lo que respecta a las comunidades autónomas, con la excepción
vasca y navarra por su estatus fiscal especial, estarán tan endeudadas
cubriendo el gasto sanitario, educativo y en servicios sociales que será difícil que
incrementen sus presupuestos culturales. En Cataluña partimos de un presupuesto por habitante algo mayor (pues aporta el 24% del
presupuesto cultural conjunto de las CCAA, con un peso demográfico del 16%) pero veremos si se puede mantener.
En
cuanto al apoyo indirecto al tejido empresarial (avales, préstamos, rebajas
fiscales ...), si el dinero se queda en las grandes empresas y no llegan a los
pequeños operadores, estos últimos con menos recursos para aguantar la crisis
acabarán desapareciendo, y con ellos la riqueza, diversidad y aroma local de
las expresiones culturales. En cuanto a las familias, habrá que ver en qué
proporción la liquidez llega a las clases populares (muy necesitadas, centradas en la subsistencia), a las clases medias (los
principales consumidores culturales) o sólo nutre los bolsillos de los más
ricos (que quizás aprovechen la abundancia de disponible para invertir en
propiedades inmuebles y bienes culturales a precio de saldo).
Hacia un cambio de valores
Más
allá de los recursos económicos, saber escuchar, acompañar y asesorar
asertivamente son valores claves, especialmente importantes en momentos de
incertidumbre como los actuales. Hay que hacerlo, sin embargo, con el máximo
respeto, coraje y empatía posibles. El hecho de acompañar no debe ser
incompatible con tomar decisiones difíciles, valientes, como por ejemplo
priorizar los recursos hacia aquellas actividades más necesarias para asegurar
una vida cultural plena una vez pasada la pandemia, o con más probabilidad de
aguante. Ahora bien, a pesar de saber que muchas organizaciones y
proyectos tendrán que cerrar, con efectos graves para la supervivencia
económica de muchos profesionales, no se puede condenar de entrada a ninguno sin
estudiar el diferente grado de resiliencia de cada organización. Y eso pasa por
la proximidad; es decir, por el tan repetido pero escasamente aplicado
principio de subsidiariedad. Cuando más cerca de un proyecto, de sus
profesionales y de la comunidad de referencia, más fácil es estimar los
potenciales y las necesidades, y así adaptar localmente el abanico de
instrumentos políticos, financieros y de apoyo disponibles. Compartir
información sobre estrategias e instrumentos a escala nacional e internacional
es extremadamente útil, pero su adaptación debe ser regional y local. Uno de
los grandes errores de la mentalidad tecnocrática – ¡tan presente desgraciadamente en la administración española! - es
pensar que una terapia homogénea, tratar a todos por igual, conlleva eficacia y
equidad.
Otra
forma de acompañar es la información y la formación. Ambos instrumentos son
claves para ayudar a los profesionales a tomar sus propias decisiones,
compartiendo diagnóstico y posibles estrategias. Ahora bien, ¿estamos
aprovechando suficientemente los momentos actuales de paro de las actividades
para generar talleres de reflexión, formación e intercambio para que los
profesionales diseñen sus estrategias para las inconstantes etapas que vienen?
Por ejemplo, para diseñar espacios o actividades culturales COVID-Free que
generen confianza a las audiencias y los trabajadores, o por un retorno
financieramente y humana responsable y viable, entre otras posibles cuestiones.
En este sentido, han aparecido diversas propuestas formativas interesantes,5
pero encontramos a faltar políticas públicas de apoyo más explícitas.
Otro
aspecto relevante consistiría en acompañar con información y asesoramiento las
oportunidades que ofrece el mercado internacional. A pesar de que la recesión
económica es global, los países del Norte de Europa se recuperarán antes que
los del Sur, tanto por el menor impacto inicial de la pandemia como por la
mayor capacidad adquisitiva de sus audiencias y la generosidad de sus
presupuestos culturales. En cambio, las perspectivas en Latinoamérica y en los
países en desarrollo no son optimistas. Tampoco se espera mucho dinamismo por
parte de los programas de cooperación cultural internacional, ni en la ayuda al
desarrollo, dado el repliegue doméstico y la priorización hacia la crisis
sanitaria y alimentaria.
Un
aspecto que vale la pena subrayar es el trabajo que, sin apoyo público
explícito, están realizando muchos proyectos culturales, desde espacios
patrimoniales recogiendo los nuevos patrimonios generados por la crisis, hasta
los artistas y gestores que con una gran imaginación crean nuevos productos y
formatos para compartir sus expresiones culturales. También hay que destacar la
labor de algunos equipos técnicos de la administración, que en sintonía con
profesionales del sector y cooperando con redes de cooperación internacional, elaboran
y/o difunden guías prácticas sobre cómo gestionar este momento tan particular6.
En el fondo, las políticas culturales son una responsabilidad de todos, no sólo
de los políticos que temporalmente las dirigen. Cuando más participativas,
transparentes y valientes sean, mucho mejor para proyectar la vida cultural y
sus agentes hacia un futuro difícil, complejo, pero también lleno de
oportunidades.
Una mirada hacia el futuro
Para
concluir, ¿cabe esperar transformaciones relevantes a medio plazo en las
políticas de apoyo público a la cultura? ¿Se dará un cambio de prioridades o
incluso de paradigmas de política cultural? O, como en la crisis financiera
anterior, ¿se priorizará lo más institucional o más mayoritario, con
independencia de su aportación en términos de creatividad o sinergias
multiplicadoras? ¡Sería una lástima!
Habría
que aprovechar esta crisis para replantearse los objetivos y los indicadores de
evaluación de las políticas públicas de cultura. Ante una caída drástica de la
demanda, que no sólo tardará en recuperarse, sino que probablemente lo hará con
una estructura de gasto cultural familiar diferente, hay que plantearse una
pregunta entrelazada: ¿qué tipo de ayuda es más eficaz para lograr qué
objetivos específicos? Y ello, en un contexto general de retroceso de los
derechos personales que hace que sea aún más crucial relegitimar una acción cultural
pública centrada en defender los derechos culturales (pues en muchos países
crece la deriva autoritaria y aumenta el apoyo popular hacia partidos populistas,
con una agenda contraria a las bases de la democracia liberal)7.
Si la
crisis ha demostrado que las expresiones culturales son vitales para acompañar
y generar sentimiento comunitario en momentos de angustia, de introspección y
de distanciamiento social, tal vez haya que reforzar esta visión.
Profesionales, amateurs y audiencias deben poder compartir desde su
experiencia y sensibilidad particular, expresiones y vivencias culturales
enriquecedoras para todos. Esto pasa por repensar los parámetros habituales de
evaluar las políticas culturales. Quizá no hay que maximizar audiencias o buscar
sólo la excelencia artística, sino dejar que profesionales comprometidos con
esta dimensión social desarrollen con el máximo de interacción ciudadana sus
proyectos. Existen experiencia de evaluación más holísticas (como las
auditorías estratégicas del CoNCA) pero hay que mejorarlas y generalizarlas, aprender de la
experiencia internacional,8 y contar con un observatorio cultural realmente independiente. El sector cultural debe abandonar la mirada endogámica y la
actitud de agravio permanente para sentarse con los responsables públicos, y
escuchar conjuntamente lo que una sociedad plural reclama. En resumen, para
construir conjuntamente una política cultural menos centrada en garantizar los
propios intereses o sueños, y más focalizada en emancipar al ciudadano y
apoderar el creador.
PD.
Agradezco la lectura crítica de Àngel Mestres.
________________
1 El gasto en personal y en
compras de bienes y servicios del conjunto de administraciones públicas
españolas representó el año 2017 el 66% del presupuesto total; en un contexto
donde muchas transferencias a terceros (el 23% del total) o a inversión terminan
en organismos autónomos de titularidad pública, con lo que se dedican muy pocos
recursos a incentivar las iniciativas del sector empresarial y de la sociedad
civil.
2 Por ejemplo, las ayudas únicas de
300€ del Ayuntamiento de Barcelona a los autónomos que han tenido de cerrar su
negocio o que sufren una caída del 75% de sus ingresos. Teniendo en cuenta que
también la administración central y el gobierno catalán (al igual que otros
gobiernos autonómicos) han aprobado medidas similares, pero con requisitos y
canales de solicitud distintos, el esfuerzo de gestión por parte de las propias
administraciones y de los beneficiarios es desproporcionada en relación a las
partidas de gasto previstas.
4 Las industrias del libro y del audiovisual
son las principales receptoras de las transferencias al sector privado de la administración
central española, sectores que cuentan asimismo con substanciosos beneficios
fiscales.
5 Más allá de las propuestas de
los programas universitarios en gestión cultural (como el de la Universidad de Barcelona), han nacido muchas
propuestas formativas. Solo centrado en Cataluña, recomiendo a modo de ejemplo, Escena PRO, una comunidad
digital de aprendizaje impulsado desde Plataforma/C, las charlas abiertas en
Internet del sector de la música Monkey
Week SON o las jornadas EXIT
de la Nau Ivanow.
6 Con ejemplos que abarcan todos
los campos culturales, desde los webinars organizados por la OCDE a la guía
traducida por Ibermuseos
sobre como gestionar museos y colecciones del Australian Institute for the
Conservation of Cultural Material (AICCM) y Blue Shield Australia, el documento
para las artes escénicas publicado por IETM,
o el bien documentado informe de On
the move y CircoStrada.
7 Con unas políticas culturales tendenciosas pero en general bien dotadas (los dos países de la UE que más
han incrementado su presupuesto cultural son justamente Hungría y Polonia).
8 Por ejemplo, la evaluación
cualitativa puesta en marcha por el Arts Council de Inglaterra, más allá de
la controversia que su obligatoriedad provoca, o la experiencia francesa de bibliotecas
públicas.
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