La reducción de las fuentes habituales de financiación externa (subvenciones públicas, patrocinio empresarial o ayudas de fundaciones privadas) y en consecuencia la mayor competencia para asegurarse un espacio ante la escasez actual, genera la búsqueda de alternativas que permitan la supervivencia y continuidad de proyectos y colectivos. Cabe tener en cuenta que la crisis económica no solo reduce el acceso a los recursos externos, sino al incidir en la renta disponible y las prioridades del consumidor cultural dificulta también la consecución de recursos propios pues. Para terminar de complicar la situación, la mayoría de intermediarios financieros –en general poco receptivos hacia las particularidades y los planes de negocio de los proyectos culturales– han cerrado la siempre escasa disponibilidad de dar créditos a propuestas tipificadas de riesgo. Este negro panorama lleva a muchos responsables de proyectos culturales independientes a imaginar alternativas no convencionales. Entre estas en los últimos meses ha salido a la luz la financiación participativa o micro-mecenazgo, conocido en inglés como “crowdfunding”.
A lo largo de la historia, muchísimas propuestas han podido llevarse a cabo mediante la generosidad de un gran número de personas que han aportado cada una de ellas pequeñas o muy pequeñas cantidades. La clave de este comportamiento se basa en la percepción de necesidad y el valor simbólico de la idea o proyecto propuesto, así como de la capacidad de sus responsables para conectar y generar empatía en su comunidad más cercana. Buena parte de los teatros, ateneos y hasta museos construidos hasta la mitad del siglo XX, en una época de muy escasos presupuestos públicos destinado a cultura, son el resultado de procesos de financiación colaborativa. El éxito de estas operaciones no depende únicamente de la bondad, percepción de necesidad o novedad del proyecto, sino también de la capacidad de sus líderes para generar la confianza suficiente entre sus comunidades de referencia sobre el buen uso de los recursos cedidos. Esto explicaría algunos fracaso cuando se ha intentado reproducir el esquema en operaciones lideradas por la misma gente o cuando se ha aplicado sobre alternativas similares.
Internet, gracias a su capacidad para multiplicar a coste muy reducido la conexión en redes sociales especializadas –tan desterritorializadas como cada uno sea capaz– añade un gran potencial al micro-mecenazgo tradicional. La financiación colaborativa (yo me inclino por esta denominación en español) realizada a través de plataformas virtuales especializadas añade a las virtudes del pequeño mecenazgo de proximidad tres factores substanciales: multiplica la visibilidad, amplia el impacto territorial y hace mucho más transparente y comprensible el conjunto del proceso (objetivos y características de la propuesta, modelo de gestión, beneficios en función del volumen de la aportación o secuencia del éxito, entre otros). Siguiendo este principio, en los últimos tiempos han nacido diversas plataformas especializadas como Kickstarter en Estados Unidos, o Goteo, Lanzanos o Verkami en España. Esta última, con sede en Mataró, acaba de recibir el premio Tendencias a la industria cultural emergente.
Kickstarter ha recaudado en solamente un año y medio (se fundó en abril de 2009) 20 millones de Euros en 550 proyectos; es decir, una media de 3.636 Euros por proyecto, cantidad relativamente modesta pero cabe pensar en la gran diversidad de propuestas, desde documentales cinematográficos a la edición de novelas o la creación de software. Para dar conocer la estrategia el colectivo Compartir dóna gustet ha organizado diversas jornadas públicas. Recomiendo el video (en catalán) de resumen de la de Barcelona de febrero pasado así como el streaming de la sesión del 7 de abril en Madrid.
Uno de los casos que me parece especialmente interesante es el de la película "El regreso", del joven realizador de costarricense Hernán Jiménez. Recomiendo visitar la web y en especial el video promocional presentado por el propio director. La pasión y empatía que genera, juntamente con la constatación que el proyecto no es un bluf, ha generado suficiente confianza a las 1.742 personas que han aportado casi sesenta mil dólares, por encima de los 40.000 solicitados.
La mayoría de plataformas se basan en el principio de que el mecenazgo solamente se hace efectivo si consigue ingresar la cantidad mínima asignada para que el proyecto sea viable; en caso contrario no se ejecuta la orden de transferencia. En algunos casos, se limita también el número de días para conseguir los fondos: Verkami exige conseguirlos en 40 días mientras que Lanzanos amplía el plazo a 90. Los emprendedores de cada proyecto mantienen el 100% de la propiedad y el control sobre su obra, mientras que las plataformas cobran una comisión. Es decir, no estamos ante una coproducción sino ante un comisionista que asesora y da apoyo al proceso de captar financiación, acogiendo aquellos proyectos que tienen una cierta garantía de viabilidad. Po su lado, los mecenas participan de la ilusión de hacer posible un proyecto valioso y se los compensa con la posibilidad de participar en experiencias únicas y recibir algunas ventajas especiales.
Algunas de las plataformas, como Goteo promovida por el colectivo Platoniq, van más allá del papel de intermediarios ya que su filosofía consiste en acompañar aquellas iniciativas culturales constructoras de comunidad, que generen beneficio social, promuevan las redes sociales y los modelos de producción, distribución y consumo digital. Su web es una buena fuente de información con informes y artículos sobre el impacto y la viabilidad de la estrategia de financiación colaborativa. Otros blogs han publicado, asimismo, escritos en catalán bien interesantes sobre el tema, como el de Marta Ardiaca o Nativa.
Uno de los peligros de estos esquemas de moda es que sean percibidos como “la solución milagrosa” para encontrar financiación, o mucho peor, que sean utilizados como excusa de mal pagador por los responsables de fondos que han decidido cambiar de prioridades o reducir drásticamente sus aportaciones. La financiación colaborativa no puede substituir las subvenciones públicas, las ayudas de las fundaciones privadas o de las cajas de ahorro, ni el patrocinio empresarial de la noche a la mañana. No lo es porque nuestra sociedad hace años que reserva su escaso compromiso filantrópico a causas sociales comunicativamente potentes y solamente está dispuesta a cofinanciar proyectos culturales si hay una fuerte implicación emotiva o son percibidos como realmente necesarios. ¿Cuántos donantes anónimos están dispuestos a dar cantidades significativas para que un autor publique un libro, produzca un espectáculo o una película, o un colectivo monte una exposición? En los Estados Unidos hay una larga tradición filantrópica en todos los estrados sociales, pero aquí es necesario algo más que un cambio ambicioso de la legislación fiscal (absolutamente necesario por otra parte) para que nos dispongamos a aportar dinero a iniciativas de terceros. Únicamente aquellos que dispongan de amplias redes sociales o que propongan proyectos presupuestariamente modestos pero potentes anímicamente saldrán adelante. Sin embargo, bienvenidas todas las iniciativas ya que muestran una fantástica reorientación hacia los valores de la filantropía y el compromiso cultural que nuestra opulenta sociedad de consuma parecía haber perdido desde los viejos tiempos del resistencialismo político y cultural.
El blog dice: "Únicamente aquellos que dispongan de amplias redes sociales...saldrán adelante." Entonces el crowdsourcing vendria a re-emplazar el medio, el vehiculo, en el cual estas transacciones se realizan actualmente. Pero seguirian siendo los mismos agentes y redes. Mas recursos para la misma gente?
ResponEliminaPor otra parte, para paises con pequenos mercados culturales (Centro America), cabe la posibilidad de que proyectos "potentes animicamente" despierten la curiosidad de agentes internacionales...
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