Identidad y evolución de la profesión de gestor cultural


¿Podemos afirmar que la profesión de gestor cultural está hoy plenamente consolidada o, como en tantas otras actividades contemporáneas, y a pesar de no ser ya una profesión emergente, está en un acelerado proceso de mutación? Para muchos gestores maduros que empezaron el camino de la profesionalización a finales de la década de los setenta, el nivel de consolidación y aceptación social sorprende agradablemente. En la actualidad, la mayor parte de altos cargos o directores generales de los grandes equipamientos culturales, así como un número creciente de responsables de muchas pequeñas y medianas empresas culturales se auto-identifican como tales.  Y además, gracias a las gestiones que desde hace años viene realizando la Federación Estatal de Asociaciones de Gestores Culturales, se ha logrado la inclusión del epígrafe “gestor cultural” en la Clasificación Nacional de Ocupaciones, cosa que implicará en poco tiempo disponer del epígrafe “gestión cultural” para las empresas en la Clasificación Nacional de Actividades Económicas.

A nivel internacional la definición y visibilidad pública de la profesión ha ido algo más avanzada, pero en contra de los que muchos piensan, no mucho más.  En Estados Unidos, el término "administrador de las artes" aparece en la década de los sesenta en contraste con el de "empresario", como aquella figura capaz de liderar las instituciones culturales amortiguando el mundo estético del arte con la realidad más prosaica del mundo de los negocios (Peterson 1986). El sociólogo Paul DiMaggio, a partir de la reflexión y terminología de Peterson, completa el primer estudio empírico sobre los "gestores de las artes" en EEUU (DiMaggio 1987). Su conclusión es que la profesión actúa en tres ámbitos al mismo tiempo: el campo estético relacionado con el capital cultural definido por Bourdieu; la orientación hacia gestión, la eficiencia y el mercado; y, por último, una orientación social respecto del público y la educación ciudadana.

En España, la consciencia de una profesión específica nace a principios de los años ochenta con el desarrollo de servicios culturales transversales por parte de las administraciones públicas, y muy en particular, por la local.  Estos nuevos técnicos de cultura que se confrontan con las viejas profesiones especializadas (archiveros, bibliotecarios o conservadores de museos) y con los dirigentes de las empresas culturales clásicas, requieren de un nombre y de una definición de su función. Eduard Delgado, nuestro principal ideólogo y referente internacional en este proceso, propone los términos gestión cultural y gestor cultural. Para él la profesión se articulaba como "el conjunto de métodos que tienden a armonizar las exigencias de los proyectos creativos con las requerimientos de desarrollo integral del territorio"(Delgado 1988). Esta definición da fe de la importancia que se daba a la mirada territorial en los procesos de creación y participación ciudadana, y de la dependencia –directa o indirecta– de la iniciativa gubernamental. Cabe recordar, asimismo, que el ámbito cultural asociativo, fermento de la oposición al régimen franquista, estaba en ese momento en plena crisis de identidad y de recursos humanos y económicos, en especial tras la marcha masiva de sus militantes hacia las nuevas administraciones democráticas. En cuanto al sector empresarial de la cultura, se mantenía en términos generales al margen del proceso no identificándose ni participando, de momento, de la emergencia de la nueva profesión, cosa que le lleva a mantener las denominaciones tradicionales específicas de cada rama sectorial. Será necesario esperar a la consolidación de la profesión y a la desaparición de las fronteras rígidas entre sectores y actividades culturales para que se amplíen y diversifiquen los ámbitos y lógicas de gestión cubiertas bajo la denominación de gestor cultural.

No es extraño, pues, que lo que caracteriza a los nuevos gestores culturales sea justamente la mirada intersectorial así como la responsabilidad territorial, tal como corresponde a las preocupaciones de los responsables de cultura de los ayuntamientos o de las entidades sociales dependientes de alguna forma de los mismos. Esta mirada no encaja con la tradición mucho más especializada de los profesionales públicos y privados existentes hasta el momento. Como en todo proceso largo de consolidación de una nueva profesión, es normal que a pesar de la progresiva extensión del término, aún hoy muchos de los profesionales de los ámbitos con mayor tradición (bibliotecarios, archiveros o museólogos en el ámbito público, o editores, agentes musicales o productores audiovisuales por lo que atañe al ámbito privado) no se auto-identifiquen colectivamente bajo la denominación más genérica de gestor cultural.

Es evidente que un organizador privado de conciertos, un productor audiovisual, el director de un museo o de una mediateca actúan como "mediadores entre la creación artística o la herencia patrimonial, y el consumo y la participación cultural, ayudando a hacer viable un proyecto cultural para insertarlo dentro de una estrategia social, territorial o de mercado" (Bonet 2006). Hasta cierto punto es lógico que no se sienten cómodos con una definición que diluye su especificidad, y no tiene en cuenta saberes y técnicas propias. Este es, a mi entender, la razón por la cual una parte de los gestores patrimoniales y de los sectores industriales de la cultura no se sintieran llamados a responder la encuesta sobre el perfil del gestor cultural en Catalunya (Carreño 2010).

Los últimos treinta años han permitido no sólo consolidar el término sino que la definición –en la medida que conforma la dimensión más gerencial de muchas de estas profesiones tradicionales– ha terminado por estabilizarse conformando un colectivo que se siente plenamente identificado y concernido en el conocimiento de la propia profesión. La prueba la encontramos en el crecimiento de la Asociación de profesionales de la gestión cultural de Cataluña (APGCC), que fundada en 1993 cuenta en la actualidad con más de 750 socios que pagan cuota, o en el estudio sobre el perfil de los gestores culturales en Cataluña donde 492 personas (de las cuales sólo un 30,3% eran socios de la asociación) respondieron un largo cuestionario al sentirse concernidos por el devenir de la profesión. Muchos de estos profesionales provienen originalmente de un campo artístico o patrimonial cultural específico, pero eso no les ha impedido cambiar de campo o sector a medida que evoluciona su carrera profesional.

En el proceso dinámico de consolidación del término juega también un papel importante la formación académica. La posibilidad de poner en marcha con la Ley orgánica de universidades (LOU) de 1987 títulos de postgrado universitario de carácter profesional es aprovechada rápidamente por la Universidad de Barcelona y el CERC de la Diputación de Barcelona –que dirigía por entonces Eduard Delgado– para crear en 1989 el primer máster en gestión cultural en España. Este nuevo curso se inscribe en un amplio movimiento europeo de eclosión de programas de características similares, al amparo del Congreso del CIRCLE sobre la formación de gestores culturales celebrado en Hamburgo en noviembre de 1987. La adaptación al catalán del término "arts administrator" utilizados en otros países occidentales (Francia, Reino Unido o Estados Unidos) no nos acababa de gustar pues no incorporaba suficientemente el concepto de mediación. También porqué el término administrador tenía una connotación excesivamente gerencial, en el sentido administrativo, poco involucrada en el proceso de acompañamiento de la creación.

Como comenta Francesc Cabañes, después de 30 años de normalidad democrática, la actividad de gestor cultural ha dejado de ser una profesión emergente. Sin embargo, la consolidación y reconocimiento de la misma en el campo cultural no implica que tenga los límites totalmente cerrados. De entrada, a medida que las condiciones y las necesidades culturales y el contexto social se transforma el propio perfil mayoritario de los que se dedican a la función de mediación entre la creación o el patrimonio, los consumidores o usuarios de los bienes o servicios culturales, y la ciudadanía o el interés general, muestra cambios evidentes. Estamos ante una profesión dinámica, con niveles de responsabilidad social bastante elevados a pesar de que todavía en muchas ocasiones no suficientemente reconocidos en términos sociales y laborales. Sin embargo, su estrecha relación con el resto de profesiones de la cultura lo dota de una centralidad y mirada transversal única.

Por otro lado, la observación de los resultados del estudio de Tino Carreño para Cataluña nos da algunos datos clave, en cierta parte –aunque no totalmente– transferibles al resto de España:

  • la pérdida de peso relativo, y el envejecimiento generacional, del empleo público a pesar del gran incremento de los presupuestos de cultura de las administraciones en los últimos treinta años;
  • el elevado grado de formación académica específica de los gestores en activo;
  • el alto nivel de responsabilidad y la complejidad de los procesos asumidos;
  • la feminización de los profesionales y las diferencias de retribución en función del género y de la forma jurídica y la forma de relación contractual;
  • el gran peso de los centros de las grandes capitales (en este caso Barcelona) como lugar de trabajo;
  • la transversalidad sectorial de los gestores.
Todas estas características explican la particular evolución de la profesión en el corto lapso de tiempo que ha pasado desde su eclosión pública, algunas de ellas con importantes implicaciones para el futuro de la gestión cultural. Así, si el creciente grado de feminización y la menor retribución y nivel directivo de las mujeres respecto a hombres podría explicar un reconocimiento social menor al esperado (es triste, aún hoy, constatar esta correlación), el grado de responsabilidad, la capacidad multitarea y las habilidades para gestionar procesos complejos denotan la significación de la profesión. Una profesión mucho más próxima a las exigencias de un mundo del trabajo inseguro, dinámico y lleno de oportunidades de crecimiento, que a los viejos paradigmas laborales estáticos. Quizá por eso, la alta proporción de profesionales autónomos y el elevado nivel de estudios alcanzado (eso sí, casi siempre a cargo de los interesados). En este sentido, los intentos por situar la formación necesaria para cumplir las tareas de gestor en la formación profesional de grado superior o en titulaciones de licenciado o grado específicas no han tenido mucho éxito. Por otra parte, la mayor parte de ofertas laborales tienen en cuenta entre los méritos de los candidatos el haber cursado un programa superior en gestión cultural.

La rápida evolución y la ampliación del campo profesional pueden explicar, asimismo, los problemas de encaje que tienen hoy los ejercicios de clasificación de los perfiles profesionales. Así, tanto el estudio pionero de Marcè y Martinell de 1995, como especialmente el Documento cero de la Federación Estatal de Asociaciones de gestores culturales de 2008, no acaban de describir la complejidad y amplitud de la realidad de una profesión poco regulada, en que la relación laboral con el sector público es cada vez menos importante.  Queda aun mucha investigación empírica por realizar, estudios comparativos y cualitativos que nos permitan contrastar algunas de las hipótesis que Alfons Martinell (2001) o José Luís Melendo (2010), entre otros, se plantean.  Continuará.

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Referencias:

BONET, L (2006) “El perfil del gestor cultural del Siglo XXI”, SARC, I Congrés Internacional sobre la formació dels gestors i tècnics de cultura, València: Diputació de València, p. 105-111.

BONET, L. (2010) "Conclusions: el gestor cultural, una professió en mutació" en Lluís Bonet [ed.] Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic. Quaderns de cultura, n. 2, p. 195-207.

CABAÑES, F. (2010) "El perfil del gestor cultural: present i futur", en Lluís Bonet (Coord.) Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic, Quaderns de cultura, n. 2, p. 175-181.

CARREÑO, T. (2010) "Camins creuats. El perfil actual del gestor cultural a Catalunya", en Lluís Bonet (Coord.) Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic, Quaderns de cultura, n. 2, p. 53-173. (versión resumida en castellano).

DELGADO, E. (1988) “La gestió cultural en els 90”, Educar, (13), p. 95-103.

DiMAGGIO, P. (1987) Managers of the arts. Washington, D.C.: National Endowment for the Arts. Research division report #20.

FEDERACIÓN ESTATAL DE ASOCIACIONES DE GESTORES CULTURALES (2008) Documento cero de la gestión cultural en España. Perfiles profesionales de los gestores culturales, www.federacion-agc.es

MARTINELL, A. (2001) La gestión cultural: singularidad profesional y perspectivas de futuro. Recopilación de textos. Universitat de Girona. Cátedra Unesco de políticas cultural y cooperación.

MARTINELL, A.; MARCÉ, X. (1995) Perfil y formación de gestores culturales, Madrid: Ministerio de Cultura.

MELENDO, J.L. (2010) "Gestor cultural. Una professió complexa. Pensem en el gestor cultural del passat o en el del futur?", en Lluís Bonet (Coord.) Perfil i reptes del gestor cultural, Barcelona: Gescènic, Quaderns de cultura, n. 2, p. 11-51.


PETERSON, R.A. (1986) "From impresario to arts administrator: Formal accountability in nonprofit cultural organizations", en P. DiMaggio Nonprofit enterprise in the arts, New York: Oxford Univ. Press: 162–83.

1 comentari:

  1. Sin duda uno de los problemas que se está naturalizando en la gestión cultural, es el manejo de fondos de empresas privadas para el desarrollo de la cultura. Quizás sea una aspecto de la gestión cultural de América Latina, que en unos 10 años mostrarán un monopolio en las artes por parte de curadores y gestores privados, además de resumir las muestras y colecciones a las necesidades y propuestas de los filtros que proporcionarán las empresas privadas, los cuales siempre, son intereses particulares. La categoría de "art administrator" volverá en pocos años con el nombre de "gestor cultural", al responder a la necesidad de la empresa privada.

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